La fiesta

 Era una gran fiesta, habían alquilado un salón enorme en una quinta en la zona norte de Buenos Aires para celebrar el casamiento. Como la jodita (literalmente) la pagaba el padre de la novia, los mozos estaban especialmente atentos a que el señor estuviera lo más a gusto posible, le preguntaban constantemente si necesitaba algo y rellenaban su copa cuando estaba casi vacía. Yo me encontraba charlando con él y por eso los mozos extendían su cortesía conmigo.

-¿Qué va a tomar el caballero? -me preguntó uno de los mozos. “Caballero”, repetí en mi cabeza.


-¿Qué opciones hay? -pregunté tentado.


-Tenemos a su disposición una selección de tragos exclusivos: un Macallan 25 años, un suave Cognac Louis XIII, o si prefiere algo más refrescante, un champagne Dom Pérignon recién descorchado. También contamos con un Tequila Clase Azul Ultra o un Vodka Beluga Gold Line servido en su punto perfecto. ¿Qué le traigo?


-¿Un fernet con cola no tendrás? -y así de rápido se fue lo caballeresco.


Cuando me trajeron el trago me dí cuenta que era el único tomando alcohol en toda la fiesta, me sentí avergonzado, sentimiento que sólo duró hasta que bebí el primer trago de mi fernet. Ese fue el primero de muchos vasos que vendrían en la noche. Degusté prácticamente toda la carta y como es típico en estas fiestas terminé sin zapatos y con la corbata en la cabeza sin poder pronunciar una oración en un castellano entendible.


Alrededor de las 5 de la mañana, cuando las selecciones musicales del DJ ya no me resultaban divertidas, salí a dar una vuelta por el extenso parque en el que se encontraba el salón con un vaso de lo que creía era un campari en una mano y un tubo de luz LED del carnaval carioca en la otra. Cuando quise darme cuenta, estaba rodeado de árboles y plantas, y el ruido de la música y la gente se había desvanecido por completo. Estaba perdido y como un boludo tampoco tenía mi celular encima, lo había dejado en el bolsillo del saco colgado en la silla. Apenas podía ver en aquel bosque sombrío, lo único que ayudaba a mi visión era el parpadeo del tubo LED que proyectaba destellos rojos, azules y verdes en la oscuridad.


De repente, una sombra se deslizó entre los troncos. No era una sombra común, no seguía las reglas de la luz, parecía moverse por sí misma, deslizándose más cerca con cada parpadeo del tubo. Era una silueta humana: dos brazos, dos piernas y ninguna facción en donde tendría que estar su rostro. Me detuve en seco, con el pulso acelerado. Levanté el tubo LED, y la luz pulsante alcanzó a la figura sombría, la cual se agitó y retrocedió ante el brillo. Durante unos segundos sentí alivio, la sombra no parecía poder soportar la luz, pero cada parpadeo de los colores le daba un respiro para acercarse de nuevo. Sentí el pánico en el pecho. La luz funcionaba, sí, pero no tenía la suficiente potencia y después de haber estado varias horas prendida quién sabe cuánto tiempo más aguantarían las pilas de esa baratija de cotillón.


La sombra avanzaba de nuevo, se desplazaba como levitando en cada intermitencia, y yo sentía que si se acercaba lo suficiente sería absorbido por ella como un agujero negro. Le lancé el tubo de luz y empecé a correr lo más rápido que podía sin dirección pero con el único objetivo de salvar mi vida. Tropecé varias veces, me costaba demasiado huir de una sombra maligna estando tan borracho. De pronto, el suelo debajo de mis pies desapareció y caí rodando como una pelota por una bajada, golpeándome con todas las ramas y piedras que habían en mi camino hasta que el terreno se enderezó. Todo me daba vueltas, producto de la caída y el alcohol en mi sistema.


Cuando pude volver a pararme miré a mi alrededor, ya no estaba en el bosque, podía ver que el cielo estaba aclarándose y al empezar a caminar la música volvió a mis oídos, haciéndose más fuerte con cada paso que daba. Visualicé el salón, ¿Cómo iba a explicar lo que me había pasado? ¿Había sido real? ¿La sombra, el bosque, todo? No lo sé, no me importa, sólo quiero olvidarme y volver a mi casa. Todavía agitado, con la camisa rota y lleno de tierra, avancé tambaleante por la recepción hasta que ví a uno de los mozos, de espaldas, revisando una bandeja en la mesa junto a la puerta.


-Amigo, ¿qué le pusiste a mi bebida? Este fue el pedo más fuerte que me agarré en mi vida, me parece que voy a dejar de tomar por un tiempo -le dije con una risa nerviosa.


El mozo no respondió de inmediato, muy lento se dió la vuelta y pude ver sus ojos: dos pozos de negrura absoluta, sin brillo, sin pupilas, solo sombras vivas. Intenté retroceder pero mis pies parecían pegados al suelo. El mozo sonrió.



-¿Algo más que pueda ofrecerle, caballero? -dijo, con una voz suave y fría.









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