Resistencia cultural y crisis del cine nacional

Es un domingo lluvioso en el barrio de Munro, no hay mucha gente en la calle y el ambiente está húmedo y pesado. Cerca de la estación de tren destaca el Centro Cultural Munro, un lugar que se nota que fue remodelado hace poco. El hall de entrada es blanco y pulcro, hay un par de personas esperando, tal vez a alguien o a que empiece la función. El día de hoy proyectan “Esperando la carroza”, emblemática película argentina. 

Mientras espero a mi compañero, miro con atención a mi alrededor, en una de las paredes del lado izquierdo, hay unos textos acompañados de varias imágenes y fotografías que cuentan brevemente la historia de este barrio de Vicente López el cual fue cuna del cine sonoro en Argentina y donde se fundaron los estudios Lumiton, dando inicio así a la época dorada de nuestro cine. El lugar que ahora funciona como museo queda a un par de cuadras del centro cultural. Y si vamos un poquito más lejos, en el barrio de La Lucila, se encuentra el Cine York, donde también realizan diversos ciclos de cine con entrada gratuita. No es por nada que la UNESCO reconoció a Vicente López junto a otras ciudades del mundo en su Red Ciudades Creativas como “ciudad del cine” por su rol en la preservación y divulgación del cine nacional.


Sigo esperando, una señora de unos 50 años más o menos pregunta en la boletería cuando volverán a proyectar “Puan”. Su interés en preguntar, ya sea porque se la perdió el día que la pasaron o porque la quiere ver de nuevo, me hace pensar en las ganas que tiene la gente de ver producciones nacionales. En cualquier momento empieza la función, más gente va llegando con ritmo acelerado lo que indica que vienen sabiendo que hoy proyectaban esta película, y no porque pasaban de casualidad.


Cuando llega mi compañero, nos acercamos para pasar y una chica nos entrega nuestras entradas gratis. Ingresamos a la sala y la película ya está comenzando. Al atravesar la cortina, el contraste entre ambientes es increíblemente diferente, la sala es amplia y acogedora a la vez, con su piso alfombrado y sus asientos de madera. Hay bastante gente considerando las condiciones climáticas. Familias, parejas, adultos mayores y algún que otro niño. Nos sentamos casi adelante de todo, en la tercera fila, y se nota que incluso en la primera se puede estar igual de cómodo para ver la pantalla. La sala no tiene nada que envidiarle a cualquier cadena de cine.


A medida que la cinta avanza, se pueden oír varias risas, y en las partes más graciosas la gente estalla y algunos hasta aplauden. Se escuchan reacciones de sorpresa que me hacen pensar que había más de una persona que la estaba viendo por primera vez. Mientras, debe ser la 5ta o 6ta vez que veo esta joya del cine nacional, esto me permite apreciar mejor otros aspectos y hasta percatarme de detalles que no había pensado antes. Me da una nueva perspectiva. En varios y distintos momentos caigo en cuenta de lo increíble que es esta película, la diversidad de chistes que tiene, las grandes actuaciones, la ocurrencia y profundidad del guión y lo ridículo de las situaciones que van sucediendo y creciendo cada vez más debido a pequeñas coincidencias que ocurren por simple casualidad.


Todos la disfrutamos de principio a fin, y al terminar recibe dos ovaciones de aplausos.


Salimos de la sala felices, afuera hay más gente esperando para entrar a la siguiente función de otra peli argentina “Pizza, birra, faso” y nosotros mientras vamos a comprar algo al kiosco de enfrente hasta que empiece. No sería la primera vez que hacemos doble función, una después de otra.



En estos momentos donde el sector de la cultura está atravesando por un momento crítico, donde ocurren despidos de muchos trabajadores, dónde están pausando la producción de nuevos proyectos cinematográficos, dónde desfinancian uno de los festivales de cine más importantes de la región, dónde reprimen a los trabajadores de la industria cuando se manifiestan pacíficamente, en fin, en momentos difíciles como el que está atravesando el país, estos pequeños refugios artísticos donde prevalece el amor y el apoyo al cine nacional resultan importantísimos, brindando a la comunidad un momento de disfrute, escape y reflexión. Hay que aprovechar este tipo de espacios y propuestas mientras todavía estén y salir a defenderlos cuando su existencia peligre.



El actual presidente del Incaa es un economista que desconoce totalmente las cuestiones que rodean la industria audiovisual y pretende cerrar este instituto con el pretexto de achicar el gasto público en línea con el plan de ajuste que viene aplicando el gobierno. Lo que parece que no sabe, o decide ignorar, es que la industria audiovisual devuelve con creces lo que invierte y genera no sólo miles de puestos de trabajo sino también excelentes obras cinematográficas que son reconocidas y premiadas en todo el mundo, nos representan como país y forman parte de nuestra cultura e identidad. Sin el apoyo del Incaa, muchos de estos proyectos no existirían. ¿Qué país queremos ser?




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