Macabro inconsciente


Tengo mucho sueño, no recuerdo la última vez que dormí más de 3 horas seguidas o que pude disfrutar una película sin interrupciones. Muevo el cochecito hacia adelante y hacia atrás pero no logro hacer que se calme. Hoy particularmente Luna se despertó más insoportable de lo usual, no para de llorar, no quiere comer, tampoco está enferma, ni necesita que le cambie el pañal, sólo quiere molestarme. Mientras la veo gritar y retorcerse en el cochecito lo único que puedo pensar es “¿por qué mierda lloras?”. No tiene conciencia de quién es, solo tiene 7 meses de vida. No tiene que pagar impuestos o un alquiler, no tiene que trabajar…Ni siquiera se tiene que limpiar el culo.
De pronto me siento como una esclava, mi cuerpo se llena de ira, resentimiento y envidia.
-¡Yo tendría que estar llorando, no vos!- le grito, y dejo de mover el cochecito.
Luna para de llorar por un instante y me mira con su cara roja y arrugada para luego romper en llanto de nuevo, pero esta vez mucho más fuerte. Mi frustración crece aún más, en un intento por escapar de ese sonido ensordecedor salgo al balcón y cierro la puerta. No sirve de nada, todavía escucho ese llanto desgarrador. Intento distraerme con la vista, se puede ver todo desde acá arriba, está atardeciendo y el cielo tiene un color naranja hermoso. Puedo ver a una pareja tomando una cerveza en el balcón del edificio de enfrente y me acuerdo de la última vez que tomé una de verdad y no esa basura sin alcohol.
Vuelvo a entrar, me dirijo a la cocina y abro la heladera, sólo están las cervezas de Guillermo, no me gusta esta marca pero sirve. Me tiro al sillón, prendo la tele y subo el volumen a todo lo que da para no escuchar el llanto que continúa incesante en la otra habitación. No puedo concentrarme y nada de lo que veo me gusta. Entonces otro sonido se une a la enloquecedora sinfonía, son los vecinos golpeando mi pared haciéndome saber de la manera más irrespetuosa que les molesta todo el alboroto. ¿Qué les cuesta venir hasta mi departamento, tocarme la puerta y hablarme a la cara? No, tienen que golpearme la pared con el palo de escoba. Mi malhumor crece y comienza a dolerme la cabeza, siento como si me latiera el cráneo y agujas me atravesaran los ojos. De nuevo los golpes en la pared. No puedo soportarlo más. Me levanto a buscar a Luna, la tomo en brazos y camino hacia el balcón, ella agita los brazos, grita y patalea. Llego a la baranda y haciendo caso a mi impulso más primitivo revoleo el bulto que cargo en los brazos. Entonces se hace el silencio, el más pacífico y dulce de los silencios. Todo es calma, el dolor de cabeza ya no está, una tranquilidad infinita se apodera de mí. Vuelvo al sillón, agarro la cerveza y tomo un trago, hago un poco de zapping hasta que encuentro una maratón del señor de los anillos que recién está empezando. Que linda que es la vida.
Me despierta el sonido de varias notificaciones en mi celular, abro lentamente los ojos totalmente desorientada, mi cuerpo se siente liviano y descansado. Me limpio la baba de la cara y veo los mensajes de Guille en la pantalla:
“ En 20 llego, perdón, se me hizo tarde.
Qué querés comer hoy? Avisame y paso por el chino.
Cómo está la gordita? “
Ese último mensaje termina por despabilarme del todo y entonces me doy cuenta del inusual silencio en el que está sumido el departamento. Esta tranquilidad no es normal. Me cae con todo el peso de la realidad un sentimiento de terror y desesperación. ¿Fue real? ¿De verdad tiré a mi hija por el balcón de un octavo piso? Me da miedo levantarme de la cama para corroborar. No, es imposible que yo hiciera una locura así, no puede ser, ¿o sí?

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